Primer capítulo

1

Era domingo de madrugada. El sol no se había
asomado todavía. La calle estaba desierta y
Luis era la única persona que caminaba por
ella. Estaba solo. Caminó calle arriba buscando algo. No
sabía qué buscaba pero tenía que encontrar algo y no
podía salir de la ciudad sin ello.
Había nevado aquella noche pero a Luis no le
importaba. No pasaba frío. Ni calor. Nunca supo por
qué. Era algo normal para él y no sabía por qué al resto
de las personas no les pasaba. Se creía mejor por eso, y,
aunque aún no lo sabía, lo era. Y por otras más cosas
que, pronto unas y más tarde otras, descubriría.
Siguió caminando entre la nieve hasta que llegó al
escaparate de una panadería. Su instinto le hizo pararse.
Esa era una de las ventajas que poseía: un instinto más
fuerte que el del resto de las personas. Pero allí, en el
escaparate de la panadería no podía haber nada extraño.
De todas formas, debía haberlo. Luis lo sabía. El cristal
estaba empañado por lo que no lograba ver lo que había
detrás. Con la manga de su camiseta negra, de manga
larga, limpió el cristal. Lo que había ahí era,
evidentemente, pan. Barras de pan ordenadas en el
escaparate. Luis dedujo que estarían duras y que, por lo
tanto, no se comerían.
En esa misma calle, un perro estaba dormido. Estaba
en la parte más alta de la calle y por eso Luis no lo había
visto. Se despertó y se estiró bostezando. Tenía los
colmillos enormes. Era un husky totalmente blanco. No
era un perro normal.
Había llegado allí esa noche después de un largo
camino desde las montañas, en la otra punta del país.
Sabía que tenía que estar allí. Algo lo esperaría. Pero no
sabía qué. Una de sus cualidades era el color de los ojos.
Era habitual entre los huskys que tuvieran los ojos de
distinto color, pero no como ése. Tenía el ojo derecho
azul y el izquierdo rojo. Y ese ojo rojo le proporcionaba
inteligencia. No era inteligencia como la de las personas,
era la inteligencia de verdad, el instinto. Por eso sabía
que tenía que estar allí.
Cuando se hubo desperezado, se levantó. Era
bastante grande pero no se le veía en la nieve. Era
totalmente blanco y, por ello, no se le podía ver, excepto
los ojos. Se diferenciaba más su ojo izquierdo, el rojo,
pero también se veía el azul. Era raro ver dos ojos de
distinto color paseando en el aire por la calle. Iba calle
abajo, en dirección a la panadería. Allí se encontraría
con su destino. Con Luis. Y le comunicaría a Luis su
deber. Su deber de salvar el mundo de una fuerza
superior. Su deber de enfrentarse al Diablo. Su deber de
dejarlo todo y, si salía con vida, recuperarlo. Su deber, al
fin y al cabo. Lo que se le había asignado en la vida. Y él,
el husky, estaba para ayudarle. Pero no sabía cómo, solo
seguía su instinto.
Llegó a la panadería, donde había estado Luis unos
minutos antes, pero no lo encontró. Siguió bajando la
calle, persiguiendo sus pisadas en la nieve. Ya había
encontrado su rastro. Olisqueó las huellas en el suelo y
memorizó en su mente ese olor. No debía olvidarlo. Le
conduciría al futuro salvador de la Tierra. O al que se le
había asignado esa tarea. El mundo estaba en sus manos
o, mejor dicho, en sus patas.
Luis había dado la vuelta. Sabía que se hubiera
encontrado con algo en la panadería si no se hubiera ido
pero, por algún motivo ajeno a él, había cambiado la
dirección hacia la casa de Carmen. Carmen era su novia.
Se conocían desde siempre, iban al mismo colegio y
llevaban un año y tres meses saliendo juntos. Carmen
tenía el pelo de un color marrón especial, casi negro, sus
ojos eran marrones brillantes y tenía largas pestañas. La
tez de su cara era blanca. Su nariz era pequeña pero no
achatada, sus labios eran rojos brillantes sin necesidad
de usar barra de labios. Su cuerpo era estilizado, sus
pechos y su cadera estaban bien formados. No era la
chica más guapa que Luis conocía pero siempre le había
atraído. Ahora salían juntos.
Cuando llegó a la casa de Carmen, llamó al
telefonillo. Respondió ella y le dijo que subiera. Abrió la
puerta y subió al ascensor. Al llegar arriba Carmen ya
había abierto la puerta y le invitó a Luis a entrar. Cerró la
puerta y le besó. Le dijo te quiero un par de veces o tres
y le llevó a su habitación. Cerró la puerta tras ellos y le
dijo que se sentara en la cama. Luis le preguntó que qué
pasaba y ella le respondió:
—Tengo que decirte una cosa pero no te lo vas a
creer.
—Tranquila, sabes que me lo puedes contar todo,
que puedes confiar en mí siempre —le aseguró Luis.
—Sí, pero... esto es diferente. Esta noche... no he
podido dormir, he tenido un... sueño, algo... raro.
—Cuéntamelo todo. No omitas detalles.
—Está bien. Estaba yo en un parque... ¡no, no! Estaba
en una especie de... bosque. Era de noche, creo. Estaba
oscuro y te estaba buscando. Lo siento mucho Luis, es
que, ya sabes, es difícil recordar un sueño —añadió
como disculpa. Continuó:
—Me dolía una pierna, la izquierda, y era muy real.
Cuando me desperté me seguía doliendo. Bueno, lo que
pasó entonces fue bastante raro. No me acuerdo muy
bien pero creo que me caí en un agujero y... llegué al...
infierno.
Se quedó callada unos instantes intentando recordar.
Al rato dijo:
—El Diablo estaba ahí. Era muy raro. Tenía forma
humana, era un tío normal. Su piel era blanca pero sus
ojos... Eran rojos. Y la parte blanca de los ojos era negra.
»Estaba tocando una guitarra eléctrica aunque te
perezca raro. Ya sabes que a mí me gustan mucho, y en
los sueños muchas veces sueñas lo que quieres o con
cosas que te gustaría tener.
—Sí, por eso sueño muchas veces contigo —bromeó
Luis.
—Oye, creo que lo que te estoy diciendo es
importante así que no te pongas a soltar chorradas.
—Vale, sigue contándome lo que pasó pero antes
dime; ¿qué canción estaba tocando el señor de ojos
rojos?, ¿una canción de esas que te gustan?
—Sí. Creo que era... no sé. Espera, me tengo que
acordar. Era... jo, esa de Kiss, la de... ¿Rock all night?
—¡Ah! ¡Rock ‘n’ Roll all Nite! Un clásico, esa la
conozco hasta yo —añadió Luis, animado. Carmen siguió
contándole su extraño sueño:
—La verdad es que creo que eso no es lo que más
importa. Estaba tirada en el suelo, que estaba caliente, y
me dolía la pierna. El Diablo acabó la canción y... bueno,
no sé si la canción seguía sonando o no pero el caso es
que oí que me decía algo. Algo importante. Algo sobre
ti.
—¿Sobre mí? ¿Qué dijo?, ¿que iba a pasarme algo?
—No sé que dijo exactamente, no me acuerdo pero
dijo que iba a por ti o algo así. Que te alejaras de los
animales. Luego me dijo que el miedo, el dolor, el poder
y la tristeza se apoderarían de mí. Después sentí como si
todo el cuerpo se me tensara y me desperté.
—Joder. Qué fuerte. ¿Y crees que nos tenemos que
tomar en serio esto del sueño? ¿Que vas a tener poder,
tristeza y amor? ¿Crees que el Diablo en persona viene a
por mí y que los animales no se me pueden acercar
porque te lo ha contado el Diablo en un sueño? —dijo
Luis, estando ya casi enfadado más que preocupado por
su novia.
—Pues sí —respondió ella—. Y... ¿qué me dices de
que me despierte con dolor en la pierna?
—Que creo que necesitas disfrutar de la vida —opinó
Luis—. Y para eso te vas a venir conmigo al cine esta
tarde. Además creo que ponen una de terror.
—Bueno, vale. Pero sólo si pagas tú —dijo Carmen
graciosa.
—Claro que sí, pagaré yo, como siempre.
Se quedaron mirándose fijamente un momento de
nada, dos segundos que a Luis se le hicieron eternos.
Besó a Carmen y, sin decir nada, se fue.
Luis vivía en una casa especialmente grande. Tenía
siete habitaciones, además de la cocina, cinco baños y
un gran salón. Una era la suya, donde dormía, estudiaba,
y leía, porque a Luis le gustaba leer. Leía libros de
aventuras, novelas románticas, libros de misterio,
cómics, revistas y, lo que más le gustaba, libros
relacionados con la muerte, la oscuridad, el Diablo y
temas del estilo.
El último que se había leído contaba la historia de
una familia que había sido elegida por el Diablo porque
una de las antepasadas hizo una apuesta con el
mismísimo Diablo y ganó. La apuesta consistía en que el
Diablo debía construir un pozo para la joven, de
diecisiete años, en una noche, antes de que cantara el
gallo. Si lo lograba la chica le entregaría su alma. La cosa
no acabó bien para él porque, cuando iba a poner la
última piedra, la muchacha cogió al gallo que estaba
durmiendo plácidamente en el corral que tenía la familia
y le tiró de la cola por lo que el animal, al despertarse de
golpe, cantó, y el Diablo no tuvo tiempo para colocar la
última piedra: había perdido la apuesta. La joven había
conseguido engañar al Diablo y él no lo pudo tolerar así
que se juró a sí mismo acabar con la vida de todas las
descendientes primogénitas de la familia de la joven a la
edad de diecisiete años. Y así lo hizo.
Otra de las habitaciones de la casa de Luis era la de
sus padres. De las otras cinco una era donde tenían los
ordenadores, es decir, tres ordenadores, uno para el
padre, otro para la madre y otro para Luis. La habitación
más grande era una que hacía un tanto de librería y otro
de sala de visitas, ya que la usaban los padres para
charlar con sus amigos o clientes cuando iban a su casa
y estaba repleta de libros. Los libros los guardaban ahí
pero casi nunca se paraban allí a leerlos. Tenían
muchísimos libros. Las paredes, cubiertas de estanterías
de arriba abajo, no se veían; y solo se veían los lomos de
los libros. Miles de libros, y de todos los tipos,
ordenados en las estanterías con un orden minucioso,
cada uno en su sitio, y siempre en su sitio.
De esto y del resto de las funciones de la casa se
encargaba la asistenta, Fátima, de origen árabe, ayudada
por el mayordomo, Pablo, un joven de veintiún años
que, según les había dicho, había estado estudiando
para ser biólogo pero se había dado cuenta de que no
tenía ninguna vocación hacia esa carrera y, al no saber
qué hacer sin seguir estudiando, se buscó un trabajo
que para él era sencillo y, a la vez, entretenido. Por eso
puso un anuncio en un periódico y la familia de Luis, al
verlo, pensó que estaría bien que alguien ayudase a
Fátima con las tareas domésticas. Además Pablo no
cobraba mucho. Afirmaba que con que le diera para
comer y para comprarse algún capricho de vez en
cuando le era suficiente. Fátima y Pablo se llevaban bien
y hacían el trabajo de la casa tan bien que los padres de
Luis se quedaban impresionados, y Luis también.
Fátima vivía en una de las habitaciones de la casa,
una que estaba cerca de la cocina. No era muy grande
comparada con las demás pero tenía espacio de sobra
para una cama, una mesa, una televisión y unas cuantas
cosas más.
Pablo no vivía en la casa, tenía un piso pequeño en la
ciudad, cerca de la casa de Luis, pero se pasaba todo el
día en la casa de Luis trabajando o haciendo de chófer.
Vestía ropa muy elegante, quizás demasiado comparado
con sus ingresos. Camisa blanca con cuello inglés,
siempre adornada con una corbata, chaqué de seda
negra, guantes blancos, pantalones a juego con el
chaqué y zapatos italianos. Respecto a su físico era alto,
calvo y con unos fuertes brazos. Era un hombre bastante
formal e inteligente pero era muy silencioso. No es que
fuera tímido, era reservado. Y eso a Luis le intrigaba.
Otra de las habitaciones de la casa era la que usaba
Luis para tocar con su grupo de música: Anocheceres
Crepusculares. El nombre se les ocurrió por casualidad
pero les pareció divertido. Luis tocaba la guitarra
eléctrica. No eran muy buenos tocando y el cantante
daba mucho que desear pero se la apañaban. Ya habían
sacado un disco al mercado, pero no tuvieron mucho
éxito. Todos los fines de semana salían a tocar en algún
bar. A la gente le gustaba su música. En el gimnasio, la
otra habitación, era donde Luis y su padre hacían
ejercicio todas las mañanas, como es lógico.

***

Un perro tiene un instinto innato. Si ve que algo se le
va a escapar, sale disparado a su encuentro. Y es lo que
hizo el husky al darse cuenta de que Luis no estaba a la
puerta de la panadería. Le había seguido hasta la casa de
Carmen y le estuvo esperando fuera. Cuando Luis salió
del edificio percibió que alguien le llamaba. Se dio la
vuelta para ver si había alguien detrás pero no pudo ver
a nadie. Al volverse se encontró de frente con un husky
blanco. Eso le dio mala espina porque Carmen le había
dicho que era mejor que no se acercara a los animales.
No se alteró. Ese perro tenía algo especial. Uno de sus
ojos era rojo. Se miraron. Los ojos azules de Luis
miraban al azul y al rojo del animal. Luis percibió unas
palabras en su cerebro, casi un murmullo. Era el perro.
Se estaba intentando comunicar con él por telepatía.
Intentó concentrarse en ese murmullo, mirando
fijamente a los ojos del husky. Ayuda. Logró entender.
Se concentró más aun, casi le pareció estar dentro de la
mente del animal. Entonces, Luis dejó de sentir su
cuerpo, dejó de pensar como humano, dejó de ser
humano, se sintió como si fuera el husky. Pudo entender
perfectamente una frase que le cambiaría totalmente su
forma de pensar:
—El mundo necesita tu ayuda. El Diablo, Satanás,
está suelto y pretende destruir la Tierra. Tú has sido
elegido su contrincante. Él te ha elegido. Debes luchar
contra él. Debes salvarnos. Si no lo haces el mundo
caerá en sus manos. Irá a por ti. Yo te ayudaré a luchar
contra él. Tienes poder. Tenemos poder y podemos
contra él.
Volvió a sentirse él mismo pero estaba cansado. Se
dejó caer sobre la nieve, agotado y aturdido. No sabía
qué le había podido pasar, pero yo sí.